Los ojos eran de miel,
y gritaban.
La boca,
delicada pincelada de frutillas,
también gritaba.
Su cuerpo,
un parque de diversiones en el cielo,
lleno de hinchas, sacados, gritando.
El verdulero, el anotador del verdulero, la birome, la fruta, los cajones que separaban las papas de las peras, las papas, las peras, la señora que estaba al lado nuestro en la parada del colectivo, el caño de la parada del colectivo, el aire atrapado dentro del caño de la parada del colectivo, el cemento que lo sostenía, el cordón que dividía la vereda de la calle, los autos que pasaban por la calle, el humo que dejaban los autos al pasar, el viento que levantaba el humo, los edificios que encauzaban el viento, las ventanas, la luz, los balcones mecedores de plantas, las plantas, la tierra de las plantas, las macetas, las colillas de cigarrillos flotando en el plato que mantiene la humedad de las macetas, los fumadores, los no fumadores, todas las niñas y niños, la humanidad íntegra, la flora, la fauna, la Tierra, la Luna, Marte, Júpiter, el sistema solar, la Vía Láctea, la Nube de Magallanes, Andrómeda, todas las galaxias, todos todas gritaban al mismo tiempo:
¡BESALA!